TREKKING ALREDEDOR DEL MANASLU 2025.
Entre el 13 y el 30 de abril de 2025, un grupo de peñaleros emprendimos una aventura inolvidable: el trekking del Manaslu, entre las entrañas del Himalaya nepalí. Nuestro plan original era unirnos a la expedición de Carlos Soria para conmemorar la primera ascensión española a este ochomil. Sin embargo, tras el aplazamiento de su viaje, decidimos mantener el plan inicial del trekking. A pesar del cambio de planes, la experiencia fue extraordinaria, en gran parte gracias a la impecable organización de nuestra compañera Ana Torre.
Nuestra aventura comenzó la noche del 13 de abril, con un vuelo hacia Katmandú vía Doha. Tras un interminable periplo de más de doce horas, aterrizamos en la capital nepalí, donde nos recibió el que sería nuestro guía, Pradip Malla, con un collar de flores frescas en señal de bienvenida. El primer contacto con Katmandú fue tan caótico como fascinante: el tráfico imposible, el bullicio constante y la energía vibrante del barrio de Thamel nos envolvieron desde el primer momento. Esa misma tarde nos sumergimos en la gastronomía local, probando los célebres momo’s y la reconfortante sopa nepalí conocida como thukpa. Al día siguiente visitamos joyas culturales como el templo Swayambhu y la plaza Durbar, aunque una excitación latente nos impulsaba ya hacia las montañas.
El 16 de abril al fin emprendimos la ruta hacia Soti Khola, punto de inicio del trekking. Las seis horas de viaje en todoterreno fueron una auténtica aventura por carreteras precarias que serpenteaban entre desprendimientos y barrancos. Una vez instalados, cruzamos nuestro primer puente tibetano y nos adentramos en el valle del Budhi Gandaki, que pronto se convirtió en nuestro fiel compañero de ruta.
Día tras día, fuimos atravesando aldeas como Machha Khola, Jagat, Deng y Namrung, en etapas de entre 13 y 22 kilómetros. Caminamos por senderos flanqueados por montañas de más de 6.000 metros, cruzando bosques de las coníferas más inmensas que hubiéramos visto. Nos alojamos en humildes cabañas de madera, donde descubrimos verdaderamente la esencia de la gastronomía local: dal bhat al mediodía y por la noche, y tsampa tibetano para un buen despertar. A medida que ascendíamos, el ambiente himalayista se hacía más palpable: banderas de oración ondeaban entre los árboles, los mantras tibetanos decoraban piedras y muros, y los picos nevados comenzaban a dominar el horizonte.
En Samagaon (3.530 m), el asentamiento más grande a los pies del Manaslu, pasamos dos noches clave para la aclimatación. Visitamos el monasterio Pung Gyen Gompa, un lugar cargado de espiritualidad y belleza. Aunque las nubes nos impidieron contemplar el Manaslu en toda su plenitud, disfrutamos de las vistas del glaciar Punggen y del coloso Himal Chuli (7.893 m). Los yaks pastando en los prados nos recordaban que estábamos en uno de los rincones más remotos y auténticos del Himalaya.
Continuamos hacia Samdo y Dharmasala, donde la altitud comenzaba a hacerse notar y el ritmo se volvía más lento. La noche a casi 4.500 metros fue fría y serena, acompañada por una nevada ligera que cubrió el paisaje con una calma invernal. A las 3:30 de la madrugada comenzamos la etapa reina del trekking: el cruce del paso Larkya La (5.106 m), tras diez días de caminata. Las condiciones eran casi perfectas: el cielo parcialmente cubierto dejaba entrever la silueta de otros sietemiles y el viento apenas se había hecho notar.
Caminamos más de ocho horas, en gran parte en silencio, reservando energías para la ascensión final. Al alcanzar el collado, un cartel adornado con coloridas banderas nos daba la señal de la victoria: “Larke Pass (5.106 m). Thank you Manaslu Visit. See you again”. Las vistas eran sobrecogedoras, y nuestro ritmo cardíaco ligeramente acelerado. Era imposible ocultar la inmensa satisfacción de haber alcanzado aquel lugar tan esperado.
El descenso nos condujo a través de bosques de rododendros florecidos, blancos y rojos, y valles cada vez más verdes, hasta las aldeas de Gowa y, finalmente, Dharapani, donde el sendero se une con la célebre ruta del Annapurna. Nos despedimos de nuestros porteadores en Besisahar, agradecidos por su fortaleza y disposición, y emprendimos el largo regreso en microbús hacia Katmandú.
Los últimos días los dedicamos a explorar los tesoros históricos de Nepal: la ciudad medieval de Bhaktapur, la majestuosa estupa de Boudhanath y el templo hindú de Pashupatinath. El 30 de abril regresamos a casa con la certeza de haber vivido una
experiencia única. En el aeropuerto, Pradip nos despidió con un regalo cargado de simbolismo: un khata, la bufanda ceremonial tibetana que representa pureza, compasión y buenos deseos. “Namaste” en ambas direcciones, como gesto de gratitud y cierre perfecto para esta travesía que jamás olvidaremos.
Texto de Amara Santiesteban y Javier Medina.
Fotografías de los asistentes al viaje.
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