GRUPO EXCURSIONISTA DE PEÑALARA EN LA SEMANA DE EXCURSIONISMO EN LOS PIRINEOS.
20 al 27 de julio de 2025.
Cuando esta crónica se publique que ningún lector intente adelantarse al final de esta historia. Este texto plagado de inquietud lo está por causa de un acontecimiento que nos ha helado a todos la sangre. Por este motivo al finalizar su lectura los que practicamos este deporte nos preguntaremos, de nuevo ¿Qué nos impulsa a subir montañas?
Después de horas de trabajo dedicado a la preparación de una salida de una semana al Pirineo ya estamos distribuidos en diferentes vehículos para dirigirnos a esa barrera física y psicológica que es la cordillera pirenaica. Una cadena de montañas llena de cauces de ríos en una tierra vertical a la que además engalanan leyendas que vienen a engrandecer su belleza física, como la trágica historia de amor entre Pyrene y Hércules o la de la estrella que bajó a la tierra para convertirse en una Edelweiss.
Estamos a los pies de la ermita de Santa Elena dispuestos a subir por la ferrata que nos va a situar al final del camino de acceso al templo. El hecho de que no todo el mundo tenga el material necesario hace que establezcamos dos turnos para que todo el que quiera disfrutar de la verticalidad de la roca pueda hacerlo de forma segura y debidamente guiado por los más expertos del grupo. La ascensión es rápida, pero esto no impide que el segundo turno tenga que acelerar su finalización por la amenaza de una tormenta próxima que al final va a descargar su ira cuando todo el mundo está en el camino de vuelta a los coches. Tras subir la ferrata y una vez en el hotel ya todos sentimos esa extraña sensación de estar conectados.
Instalados en nuestro alojamiento y después de una excelente cena se sientan las bases para la actividad del día siguiente. Hay que madrugar porque nos enfrentamos a la jornada más dura de todas las planeadas. A eso de las ocho y media ya estamos en el inicio de la ruta junto al refugio de la Casa de Piedra preparados para cubrir la primera parte del día, llegar hasta el refugio de Bachimaña. Vigilados por el Plutón de Panticosa formado por los picos Argualas, Garmo Negro, Algas y la aguja de Pondiellos empezamos a subir sumergidos en el sonido de las aguas del rio Caldares por cuya margen derecha nos desplazamos.
En poco tiempo las cascadas y los cables que nos ayudan a superar algunos pasos nos informan de que ya estamos inmersos en una aproximación de alta montaña. Las mochilas nos pesan, llevamos cosas para tres días. En poco tiempo estamos frente a la cascada del Fraile que hemos de bordear por la izquierda para llegar al refugio. Una vez allí resolvemos los trámites de inscripción en un tiempo récord, aligeramos las mochilas y con lo imprescindible continuamos hasta la cumbre del Marcadau, objetivo del día.
Vamos por la izquierda del ibón de Bachimaña y ya podemos apreciar la magnificencia de la montaña pirenaica. Rápidamente alcanzamos el final del valle un punto en el que en su día confluían las artesas glaciares del Bromatuero y Marcadau que van a configurar el ibón de Bachimaña que ya hemos sobrepasado. Giramos a la derecha por lo que fue el glaciar de Marcadau y vamos ascendiendo a media ladera dejando atrás un paisaje de agua y roca, los elementos diferenciadores de esta zona. Nos vamos cruzando con todas las variedades litológicas posibles: rocas sedimentarias, metamórficas de torturadas formas y rocas plutónicas. A medida que nos vamos aproximando se hace visible el collado de Marcadau que se encuentra a la sombra de la Gran Facha. Una vez en el collado todos medimos nuestras fuerzas y un grupo muy numeroso asciende a la cima que no ofrece especial dificultad. Disfrutamos de la cumbre entre alegrías que llaman a nuevas alegrías e iniciamos el descenso con el cuidado que se requiere. Una vez en el collado iniciamos el retorno con las paradas obligatorias para reponer fuerzas. La visión de la vuelta al refugio de Bachimaña nos deleita con otras perspectivas del paisaje que nos hacen más llevadera la dureza del día.
Nuestro siguiente objetivo es el pico Tebarray. Salimos y volvemos a disfrutar de las vistas del ibón de Bachimaña hasta el final del valle donde confluían las artesas glaciares antes mencionadas. Giramos a la izquierda y vamos superando los diferentes escalones glaciares cada uno con su Ibón. La singularidad de esta ruta es que en cada salto glaciar el paisaje cambia. Es como pasear por una inmensa exposición de cuadros del mismo autor. Ya estamos a la sombra del Pico de los Infiernos que nos va a ir observando durante el resto del recorrido con sus marmoleras que más parecen nieve vieja que rocas sedimentarias.
Una vez superadas las diferentes gradas nos vamos desplazando por la falla hacia donde nace del rio Calderes. Con ritmo lento, pero constante disfrutamos de otro paisaje nuevo. Llegamos al collado de los Infiernos y se nos abre un nuevo panorama que podría inspirar a cualquier poeta clásico que se atreviera a narrar la eclosión de las montañas. Frente a nosotros el ibón de Tebarray y su fastuosa pirámide fruto de su pasado volcánico. El viento que azota el collado y el ruidoso silencio de este paraje no nos van a retrasar, pronto nos organizamos para iniciar su ascensión y como en todos los recorridos diseñados cada uno mide sus posibilidades y fortalezas para encarar el ascenso o quedarse en el collado.
A media ladera por la falda derecha de la montaña anexa comenzamos a ascender hacia el cuello de Tebarray donde enlaza otra ruta para llegar al refugio de Respomuso. Ya tenemos que hacer las primeras trepadas que nos van a situar en una pequeña arista que en el lado opuesto al que subimos tienen una caída apreciable. Marchando ordenados y con cautela dejamos atrás ese tramo. El camino continúa muy marcado hasta la cumbre por la ladera de la montaña. En la cima, disfrutamos de los nuevos horizontes que nos ofrece. Es una cumbre amplia. Detenidos como para echar raíces hablamos, reímos y mostramos nuestra dicha a los dioses mitológicos que crearon estas montañas. Iniciamos el descenso con el mismo orden que hemos organizado la subida. Llegamos al collado de Tebarray con una furia de felicidad que nos facilita el destrepe hasta el camino que nos va a conducir, de nuevo, al collado de los Infiernos.
Entusiasmados y vigorosos volvemos sobre nuestros pasos hacia el refugio. Caminamos tranquilos hasta llegar al primer ibón que nos cruzamos de bajada donde hacemos una parada a sus orillas. Bajo la sombra del pico de los Infiernos comemos. Es ahí donde somos conscientes de las nuevas perspectivas que nos ofrece este entorno y donde apreciamos que lo único perenne es que nuestro horizonte no deja de cambiar.
Disfrutamos de nuestra estancia en el refugio incluso con sesiones colectivas de estiramientos. Los refugios son lugares idóneos para socializar, incrementar la conexión del grupo y conocer gente nueva que ama las montañas o que empieza a comprender la importancia del mundo que le rodea en ese momento.
El día amenaza lluvia, hoy tenemos programado ir por la senda de la tubería hasta el ibón de Brazato, subir al pico del mismo nombre y bajar a los baños de Panticosa. Salimos precavidos observando el cielo. Las previsiones, dan un ochenta y cinco por ciento de probabilidades de lluvia a partir de las doce de la mañana. Algunos deciden, por diferentes razones, descender directos al Balneario.
Rodeamos el refugio y para evitar atravesar por unas placas de gneis bastante aéreas pasamos por encima de ellas para tomar el camino de la tubería. La temperatura nos acompaña, pero el día está nublado y nos impide ver el Plutón de Panticosa que cuajado de nubes se eleva a nuestra derecha como las almenas de un castillo. Sí podemos ver a nuestros pies el lago de los baños de Panticosa.
A media ladera y sorteando la verticalidad del muro que rodea el balneario llegamos a los primeros indicios de la tubería. Esta construcción tiene por objeto canalizar las aguas de los ibones para precipitarlos en otra tubería vertical que cae sobre una turbina para la generación de electricidad. Continuar por esta senda a media ladera evita el esfuerzo de bajar la cuesta del Fraile, que desde este lado nos muestra el esfuerzo que supuso superarla.
El camino es entretenido, hay que atravesar por un par de túneles que en esta inmensidad no parecen más que galerías de hormigas. Mirando al cielo hemos perdido el sentido de la relación espacio tiempo y ya estamos en el cruce del camino de la tubería con el GR11. Toca decidir, tenemos que renunciar a la cumbre por estar cubierta de nubes, nos planteamos la posibilidad de, al menos, subir hasta el ibón de Brazato y poder disfrutar del paisaje del circo en el que se asienta rodeados por el pico Baciás y la cuerda de los Brazato. Vistas las previsiones meteorológicas que siguen dando altas probabilidades de lluvia un grupo numeroso decide ir bajando despacio hacia el balneario y otro subir hasta el ibón. Pasamos a ritmo rápido con la fortaleza que nos da el cuarto día de actividad ininterrumpida. La lluvia no hace acto de presencia y nos sentamos a comer cuando unas esporádicas lagrimas del cielo caen sobre nosotros. Recogemos y, no sin cierta precipitación, empezamos a bajar hacia los Baños. Poco tiempo después el sol nos obliga a cambiarnos de ropa, para más adelante volver a sentir la caída de las gotas, y así nos vamos moviendo en el descenso insertos en cambios continuos de identidad que es el ritual que, en ocasiones, nos imponen las montañas.
Ya estamos abajo y las predicciones de lluvia no se han cumplido, hemos renunciado a una cumbre tomando en consideración la meteorología. En la terraza del refugio de la Casa Piedra disfrutamos de un tentempié en pie que nos permite reforzar el carácter fraternal de estas salidas.
Repuestos afrontamos un nuevo día que hemos considerado como de descanso activo, subir a la cumbre de la Foratata Occidental. Comenzamos embriagados por las praderas de su falda llenas de flores y cardos coloreados, para poco a poco bordear la masa caliza característica de esta montaña. Empiezan los primeros pasos con cierta dificultad que están equipados con cables y en algún otro tramo con grapas. Nos vamos ayudando unos a otros y los superamos sin problemas. Seguimos avanzando a media ladera y en poco tiempo llegamos al collado en el que ya se distingue con nitidez la cumbre de la Foratata Occidental y la trepada que tenemos que superar. Algunos, antes de iniciar la subida deciden quedarse en el collado. Mientras otros empiezan el ascenso. Con la lentitud y prudencia que exige esta montaña nos ponemos en marcha.
A mitad de la ascensión alguien grita aquello que nunca queremos oír, esa posibilidad que ignoras a conciencia, Miguel Ángel López Cela se ha caído. No somos capaces de localizarlo visualmente. Los que estaban subiendo deciden bajar de forma pausada y ordenadamente. Los que todavía estaban en el collado se mueven rápido y lo encuentran. No pasa mucho tiempo cuando agrupados y con un nudo en la garganta, nos paramos a esperar el mensaje final. Todos somos conscientes de que nos ha golpeado la peor de las tragedias. Tenemos el corazón oprimido y una densa niebla nos invade. En ese momento ningún Dios puede venir a consolarnos.
Iniciamos el regreso en silencio y un vacío palpable se apodera de nuestros pensamientos. Era la primera vez que Miguel Ángel venía con nosotros a una actividad de varios días, pero pronto sus habilidades sociales, su fortaleza, su simpatía, su solidaridad para con los demás, las permanentes muestras de felicidad que nos dedicaba y su innata capacidad de liderazgo hizo que se integrara a la perfección. Era como si le conociéramos de otras muchas salidas. Caminamos invadidos por una oleada de tristeza. Será difícil olvidar esta prueba a la que nos ha sometido la vida y siempre tendremos presente la sonrisa de Miguel Ángel, ese será el mejor tributo que le podemos dedicar.
Como en la desconfiada quietud de un domingo por la tarde pasamos los siguientes días, unos tributando su memoria en un viaje de vuelta incrédulos y atribulados; otros realizando la última ruta por la que tanto se interesaba Miguel Ángel.
Escribiendo esta crónica y pasados suficientes días para enfrentarme al teclado solo tengo un sentimiento de vacío. Aún sigo invadido por la tristeza como si una marea me arrastrara lentamente. Una nadería si tenemos en cuenta la conmoción de sus familiares porque Miguel Ángel nos mostró con claridad meridiana que era un gran amante de su familia.
Desde ahora seguro que una elegante luna y diferentes estrellas se presentarán por turnos en la Foratata para rendirle homenaje y así será para siempre.
Texto de Germán Domínguez Adrio.
Fotografías de los asistentes a la ruta.
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