
CRÓNICA DE LA SALIDA AL HAYEDO DE LA PEDROSA EN RIOFRÍO DE RIAZA (SEGOVIA).
13 de diciembre de 2025.
El sábado 13 de diciembre de 2025, nos dimos cita en Riofrío de Riaza (Segovia), a las 9,30h un nutrido grupo de 34 peñalaros dispuestos a escribir, una vez más, otra página de gloria en los anales de nuestra querida RSEA Peñalara.

En esta ocasión tocaba recorrer una ruta circular en el límite entre las provincias de Segovia y Guadalajara que nos permitiría recorrer y admirar uno de los parajes más singulares y desconocidos de la provincia de Segovia: el hayedo de la Pedrosa. Uno de los hayedos relictos del Sistema Central; los más meridionales de Europa.
Una vez comprobada la lista de asistentes, y que no faltaba nadie a la cita, comenzamos nuestra marcha. Primero, una aproximación hasta el Km 6 de la carretera que une Riaza con el Puerto de la Quesera (límite provincial de Segovia y Guadalajara), que abandonamos en el Km 7, a la altura de la presa del Río Riaza, que sirve para el abastecimiento de agua de la villa del mismo nombre, internándonos enseguida en un frondoso bosque de ribera compuesto principalmente de robles melojos (Quercus pirenaica) a través de un camino paralelo al río Riaza.

Este camino junto al río, ya no le abandonamos hasta salir de nuevo a la carretera poco antes del km 12, después de recorrer y disfrutar lo más interesante de la jornada; la visita del hayedo de La Pedrosa.
En efecto, nada más empezar el camino junto al río Riaza, que nos deleitaba sin cesar con el murmullo de sus cantarinas aguas frías y transparentes, nos fuimos adentrando en el robledal cada vez más denso y tupido. No faltaron algunos cruces del arroyo con pasarelas de troncos y tablas, que, a estas alturas del año, con la madera totalmente mojada, nos obligaron a mantener alta la guardia para evitar caídas a las aguas gélidas del río o algún percance más serio. Incluso en alguna ocasión hubo de cruzarse de uno en uno dada la duda, más que razonable, de la resistencia de los troncos que sustentaban el puente. Junto a los robles iban saliendo a nuestro encuentro algunas zonas de brezo alto (Erica arborea).

El camino fue iba ganando altura, tímidamente al principio e incrementando la pendiente después, lo que se tradujo en un sinfín de pequeñas cascadas en el río, hasta que poco a poco fueron apareciendo los primeros ejemplares de haya (Fagus silvática). Al principio de pequeño tamaño y casi todos de rebrote de antiguos tocones supervivientes del carboneo y otros aprovechamientos que siguieron a la triste época de estrechez de la Guerra Civil.
Estas hayas, tímidamente al principio, se iban haciendo cada vez más numerosas ocupando paulatinamente el espacio que antes ocupaba el roble. Finalmente, el paisaje pasó a convertirse en un mágico hayedo, donde las ramas casi horizontales del haya apenas dejaban pasar la luz y la hojarasca no permite el desarrollo de ninguna otra especie vegetal; estábamos ya en pleno corazón del hayedo de La Pedrosa; pequeño en extensión, como no puede ser de otra manera en estas serranías tan meridionales, al depender su supervivencia de la orientación norte que permite crear vallejos con el microclima necesario para esta especie, propia de zonas más frías y húmedas.

Pudimos apreciar también los frutos del haya, la diferencia entre hayas de rebrote y hayas de pie franco (de pie original y no de rebrote), el musgo que recubre la base de los troncos, etc, y hacer alguna que otra foto, aunque lo más importante fue el imborrable recuerdo de lo andado que nos llevamos para siempre. Su mantenimiento a largo plazo está seriamente amenazado por el cambio climático en estas zonas del Sistema Central.
Una vez de nuevo en la carretera, poco después del km 11, la abandonamos enseguida para alcanzar un camino paralelo a la carretera que nos condujo directamente al Puerto de la Quesera, en el Km 12. Dada la hora (sobre las 13h00) nos detuvimos para comer de las propias viandas que cada uno extrajo de su macuto sin necesidad de trucos de magia. Bastó la precaución de haberlas metido antes.

A partir de ahí ya seguimos la cuerda de la raya entre Guadalajara y Segovia hasta el Cerro Calamorro de san Benito, de 1.872 m, máxima cota alcanzada en la excursión. Ahí abandonamos la cresta y nos internamos en dirección Oeste y en descenso ya hacia el embalse del río Riaza, donde empezamos la ruta. Justo antes de este desvío pudimos contemplar en todo su esplendor el Pico del Lobo, máxima altura de la provincia de Guadalajara (y creo que de todo Castilla la mancha).

Esta fue la parte más negativa de la excursión, ya que transitamos durante más de 1 km por una zona totalmente arrasada por el incendio que estuvo activo durante casi una semana este pasado verano, principalmente en Guadalajara, con esta lengua en Segovia. La zona arrasada era fundamentalmente de piorno, aunque con zonas de roble también. Habrá que esperar a la primavera para qué matas han sobrevivido (se veían algunas yemas que invitaban a la esperanza) y cuáles no.

Una vez sobrepasada esta zona, nos internamos de nuevo en el robledal donde nos hicimos la consabida foto de grupo, con la mejor de nuestras sonrisas. Después, un acusado descenso por el interior de este frondoso robledal tras el cual pudimos alcanzar una pista que nos condujo hasta el pie de la presa del embalse del Río Riaza.

Desde el fondo de la presa ascendimos hasta la carretera, en el Km 6. Tuvimos la oportunidad de ver una curiosa escala para que los peces pudieran ascender del río a la presa. De ahí, ya por terreno andado a la ida, volvimos a la plaza del pueblo.

Dado que el bar del pueblo estaba cerrado, cosa que no ha de extrañar por estos lares de la Castilla despoblada, hicimos una breve parada en el bar de Cerezo de Abajo, donde tomamos una cerveza y nos despedimos.

Resumiendo, una fácil ruta de unos 14 Km y 650 metros de desnivel que la disfrutamos muchísimo. Armonía total y fantástico ambiente en el grupo.
Hasta la próxima.
Texto de Alfonso Vigre.
Fotografías de los asistentes a la ruta.


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